a Patricia, naturalmente |
Esa mañana yo me desperté
con el verso final en el oído:
"Ella bendice", fue lo que escuché.
Era un presagio o algo parecido.
Era un soneto -nunca lo dudé-.
Y salté de la cama decidido
a escribirlo, pero jamás lo hallé.
Quedó ese verso, huérfano y perdido.
Desde entonces, lo abrazo cada día
como a un cuadro salvado del naufragio.
Y aunque no es el soneto que quería,
el verso vuelve a mí como un presagio
o como un mantra que me salva y sana:
"Ella bendice el cuadro y la mañana".
Daniel Aráoz Tapia / Abril~mayo 2020
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