La gata que vive conmigo es una aparición. No digo que sea un fantasma, sino una aparición. Es un ser que vino un día a mi vida y se quedó. Yo no la "adopté" ni mucho menos la busqué. Fue ella quien me buscó. Una noche, simplemente, ella se materializó frente a mi, como el Eternauta frente al escritor.
Nunca supe ni sabré cómo entró a la casa, ni de dónde venía. Parecia demasiado pequeña para haber entrado por su cuenta, aunque era bastante crecidita como para arreglárselas muy bien con los ritos de la higiene personal, la sociabilidad y las caricias. Me asumí como su madre humana tan pronto como descubrí que mi amada era su prolífico padre.
Sí. Dije higiene personal por dos razones: primero, porque ella es una persona muy pulcra en el cuidado de su pelaje, como buena gata; y segundo, por mi higiene personal, particularmente la del espíritu, a la que ella tanto ha contribuido. Semilla me ayudó a limpiarme el alma, y en eso estoy -estamos- todavía.