viernes, 23 de enero de 2015

Adiós, mariquita linda (a Pedro Lemebel)


Una nota de Alfredo Araoz
Adiós, mariquita linda

Conocí a Pedro Lemebel en Chile. Nunca lo había leído. Pero su apellido tan musical, tan lamé, me atrajo entre todo el inventario de somníferos literarios. Siempre al margen, mandaron a Pedro a leer sus textos al frente del predio, en una antigua oficina remodelada de los ferrocarriles de Antofagasta. Altísima, entró vestida como una dama antigua de luto, sobre unas plataformas plateadas que acá volarían un viernes a la tarde. Yo me senté a sus pies. Eran largos sus tacos y larga su lengua. Al lado lo acompañaba un termo de té para su garganta herida. Entre sorbos al té, nos contaba que era la última vez que se presentaba en vivo. Tenían que operarlo de laringe e iba a estar un rato largo en silencio. Marxista y maricón como nadie, los prejuicios eran tajantes: Lemebel tiene sida. "¿Sida? Pensaban que yo tenía sida? ¡Esa ordinariez! ¡Yo tengo cáncer, un regio cáncer! El cáncer es intelectual. El sida te lleva al reguetón. El cáncer te lleva a una ópera de Bach". Entre aplausos y amor a viva voz, leyó sus mejores fragmentos, recordó a La Loca del Frente, sus amores imposibles como El Wilson, sus años de lucha y el adelanto exclusivo del pedido que le haría al médico la semana próxima, segundos antes de la intervención: "¿Doctor? Si después de la operación no podré hablar, ¿me permite decir mis últimas palabras? Dos palabritas: ¡Piñera conchaitumadre!" Al final, me firmó el ejemplar de Tengo miedo torero, me miró de arriba a abajo, me preguntó de dónde era, le mandó saludos a Washington Cucurto y me pidió, si era tan amable como mis ojos, que le sirviera un poco más de té. 

(Publicada en el muro de facebook de su autor)

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