No sólo perdimos en fútbol este fin de semana. También perdimos
a un pedazo de nuestra historia (sí, muy nuestra, porque de ella estamos hechos y deshechos). Y perdimos otra oportunidad de que haya justicia.
Se fue, a salvo de condenas judiciales y sin prisión siquiera domiciliaria, el que había sido el "primer gobernador constitucional detenido por delitos de lesa humanidad". Se fue - diría mi niño político - un auténtico viejo de mierda. Y sin embargo, quedan demasiados que lo lloran. Ésa es la tragedia, se me hace...
Desde Tucumán, La Gaceta titula "Dolor en Santiago..." Como reflexionó una amiga santiagueña, lo terrible no es su muerte, sino la escuela que dejó. Porque vaya que fue un maestro de la vieja (?) política: culto, lector apasionado de los clásicos, autor y ejecutor de operaciones políticas admirables (donde se involucraron desde Perón hasta represores como Olivera Rovere pasando por casi olvidados políticos comarcanos y hasta - según arriesga hoy Página 12 - ¿Roberto Santucho?), caudillo indiscutido de una sociedad signada, más allá de todo pintoresquismo, por el realismo trágico de nuestra historia. El título del diario tucumano, creo, es parte de la tragedia, esta vez más por el mensaje que por el mensajero. Y porque -¡ay!- el gobierno de la nueva (?) política despide al Tata con "todos los honores", incluyendo los consabidos tres días de duelo provincial.
Mientras tanto, la tristeza por el Mundial nos encuentra frente al cadáver insepulto del modelo feudal, clientelar y caudillista. Y no hay nada que huela peor, dicen, que un cadáver sin enterrar, ni nada que te haga dudar tanto sobre si está realmente muerto.
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