ella me sonríe
a todo lo ancho de sus dientes amarillentos,
diezmados,
rectangulares y desparejos,
que conozco de memoria.
Y noche tras noche
-y no pocas tardes-,
me entrego a la seducción
de esa sonrisa única,
inefable
de mi biblioteca y sus viejos libros.
Daniel Aráoz Tapia
© 2013
[de Versos obrantes en manos de alguien]
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