Uno puede andar por ahí, más cerca o más lejos, pero siempre está en casa. Y eso se siente. Cuando la casa sufre, sufrimos sus habitantes. La tierra es una y la lucha es la misma. En La Paloma, Uruguay, una modesta hoja impresa dice: "marchamos en defensa de la paz y la belleza de nuestras playas, no sólo como recurso turístico, sino como el marco donde elegimos desarrollar nuestra vida y criar nuestros hijos".
Mujica, "el presidente más austero del mundo" según el marketing político-mediático, sigue adelante con sus proyectos de "desarrollo" capitalista a lo Cristina Fernández, embanderándose por un lado con el "país natural" del eslogan cazaturistas y por el otro pactando con los capitales trasnacionales que quieren terminar de devorarse al paisito en dos bocados. El Pepe, más aun que su elegante vecina rioplatense, es algo así como un Fausto posmoderno con pasado izquierdista.
La modesta hoja pegatineada en la pared de la oficina local de Turismo, con la firma de "La espuma de las olas" (sic) y la Unión de Vecinos de La Paloma Grande, que junto a un graffiti en pintura roja convoca a la marcha de un mes atrás, me dice que estoy en casa. El Desarrollo, ese dios trucho y ecocida ante quien se arrodilla tanto mandatario "popular" y "progresista" -y sus fieles, por cierto- está en todas partes. Pero nuestra humana resistencia también. Porque de ella dependen, entre otras cosas, la paz y la belleza de este mundo.
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