Sara (Soledad Funes, izq.) y su frágil reinado en el islote de su patio. Laura, la visitante (Lucila Ale) la escudriña bajo el paraguas de sus propios miedos. |
Hay algo sensorial indescriptible, algo que es intransferible a modo-crítica-teatral. Tampoco quiero intentarla, ya que lo viví con más disfrute que "comprensión". Hay algo crepitante, como una hoguera o como una lluvia que cae de una canaleta (¿suenan parecido?).
Hay un fluir cordial, familiar y sin embargo, inquietante en ese patio. Hay un cosmos verde que contiene y abraza, pero hay también una amenaza caótica, un helado anticipo de lo incierto.
Hay, y esto es lo que reluce a primera vista, dos criaturas de intemperie en un juego envolvente como un chubasco. Hay mucha humanidad transida de antiguas lluvias, en ambos personajes. Hay una dramaturgia inundada de riachos poéticos que desembocan, como un delta, en la más feroz teatralidad. Y hay mucha vida puesta a secar.
Hay un cuidado casi exquisito (literalmente naturalista) en la abigarrada escenografía y en la sobria iluminación. Pero no digo más porque tendría que agregar que hay, también, ínfulas de crítica teatral en estas líneas. Y lo último que quiero es agarrar un metro y ponerme a mensurar este patio, que se me antoja inabarcable como un paisaje de lluvia. Prefiero pensar que lo que ves es lo que hay.
Hay, por cierto, funciones de EL PATIO todos los sábados en la sala Luis Franco del Círculo de la Prensa. Ustedes vean.
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