En el vetusto porche de la iglesia pueblana,
un santo de madera, desde hace ochenta años,
siente caer la lluvia que rueda de los caños
sobre las humildades de su cabeza cana.
En la espalda del santo, donde se unen los paños
de su traje simplista con la ojiva ventana,
al ritmo de los cantos de la ingenua campana,
han hecho tibio nido los pájaros huraños.
Y cada primavera, como abriéndose un arca,
salen muchos gorriones del hombro del patriarca
y se van los gorriones con la nube que pasa.
Mientras se queda el santo, con su rostro de asceta
y su cabeza cana. Su mano, siempre quieta
bendice largamente los pinos de la plaza.
2 comentarios:
Es el poema más hermoso que recuerdo de mi época de estudiante.(1966)
Si es cierto al leerlo me parece estar en el lugar viéndolo, es muy descriptivo
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