Piermarini en el Café Literario del Virla, algún sábado al atardecer |
A Freud y a Marx, o sea, a Marcuse.
"Este valle de fábricas de tristeza" (Joaquín Sabina)
Se puede morir de disyunción.
Se puede llorar al pie de las iglesias,
hasta agotar el agua de las fuentes
y convertir el Edén en un desierto calcinado.
Uno puede darse al sacrificio
en un altar para dioses que no existen,
o entregar el alma
a feroz idolatría
y adorar todos los fetiches del Capitalismo
hasta volverse de plástico,
ser un simulacro de la vida,
un muñeco de cera organizado,
andar y desandar los vastos hipermercados,
confundiendo felicidad con mercancía.
Se puede consumir todo tipo de drogas ilegales
y, con la cara del Che tatuada en el antebrazo,
jugar a la ruleta rusa con narcopolicías.
Se puede morir de pie defendiendo una mentira,
por no turbar el sueño de los sepultos antepasados,
yacer con prostitutas un alba de cenizas,
por el bien del Patriarcado y con un guiño del Papa,
o escribir un libro de poesías
como un gran cementerio de amores enterrados.
Se puede traicionar al propio corazón
una y mil veces,
sólo para volverlo a traicionar.
Pero lo que no se puede,
bajo ningún concepto,
es tratar de vivir en la verdad,
soñar tu propio sueño,
decir: yo quiero, yo deseo
y no tener tres veces que negarlo
antes de que cante el gallo.
CLAUDIO PIERMARINI
La carne enverbizada, 2009
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