A mí, luego
La noche en que pensó que iba a morir,
se puso endecasílabo e inquieto
y apuró este epitafio por soneto
(su modo predilecto de escribir).
No tuvo algo especial para decir:
más bien lo adrenalínico del reto
autoimpuesto -fruición del alfabeto-
lo empujó, aun a tientas, a vivir
la probable penúltima aventura,
el misterio anhelado y recurrente
del salto en el vacío conocido:
su stage-diving en sueños, su pavura
hecha póstuma letra permanente
que estás leyendo, casi por descuido.
Daniel Aráoz Tapia
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