El Viejo: - Señora, que a mi edad soy incapaz.
Celestina: - Dígame que es impotente. Porque capaces, todos los hombres lo son.
Teseo y Ariadna
Teseo la dejó plantada porque Ariadna le exigía nuevos Minotauros.
Paris y Helena
Lo que vuelve ligeramente sospechoso a Paris es que, para poder amar, haya necesitado a la más hermosa de las mujeres.
Helena y Paris
Cuando Helena se enteró de que su rapto a manos de Paris había desatado la guerra de Troya empezó a amar a Paris.
Dante y Beatriz
Lo que Beatriz jamás le perdonará a Dante es que a ella la confine en el Paraíso mientras él se pasea por el Infierno.
Héctor y Andrómaca
A pesar de estar casados se amaron apasionadamente gracias a la guerra de Troya: se veían en fugaces momentos preparados por el deseo, decorados por la inminencia de la separación y la amenaza de la muerte, y embellecidos más tarde por la mitómana nostalgia.
Sansón y Dalila
No nos engañemos. Dalila, aunque no fuese un instrumento de los filisteos, aunque amase a Sansón, igual le cortaría los cabellos.
Romeo y Julieta
Gozan de la simpatía de las mujeres porque antes de consumar sus amores se casaron, y de la de los hombres porque después que se casaron ella vivió en Verona y él en Mantua.
Tristán e Isolda
Brujerías, adulterios, muertes: afrodisíacos germánicos.
Pigmalión y Galatea
El día en que se enteró de que él la amaba sólo porque ella era su obra, Galatea le quiso demostrar que era capaz de iniciativas propias y le clavó un cuchillo en el pecho.
La Bella Durmiente del Bosque y el Príncipe
La Bella Durmiente cierra los ojos pero no duerme. Está esperando al Príncipe. Y cuando lo oye acercarse simula un sueño todavía más profundo. Nadie se lo ha dicho pero ella lo sabe. Sabe que ningún príncipe pasa junto a una mujer que tenga los ojos bien abiertos.
Dulcinea existe
La pretendida irrealidad de Dulcinea es un ardid de Don Quijote: lo que ocurrre es que él se siente incapaz de amar a una mujer de carne y hueso.
Dulcinea no existe
Sancho repitió, palabra por palabra, la descripción que Don Quijote le había hecho de Dulcinea.
Entonces Dulcinea, curvando los labios con envidia y desdén, masculló:
-Yo conozco a todas las mujeres del Toboso. Y le puedo asegurar que no hay ninguna que se parezca a ésa que usted dice.
(Extraído de El amor a través de los amores, en Parque de diversiones, Marco Denevi, 1970, Emecé Editores)
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